Las Mujeres Que Organizan a la Iglesia en México Para Actuar Sobre los Desaparecidos | Sojourners

Las Mujeres Que Organizan a la Iglesia en México Para Actuar Sobre los Desaparecidos

Juan Carlos Trujillo Herrera and other family members of disappeared people march in Poza Rica, Veracruz, on February 21, 2020. Photo by Madeleine Wattenbarger for Sojourners

Eran sólo las 8 a.m. de la mañana un día de febrero - más de un mes antes de que la pandemia de coronavirus comenzara a afectar la vida cotidiana - pero el bochorno de cuerpos humanos aumentó el calor húmedo en la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción en Papantla, Veracruz. Cuando el grupo de casi 300 personas con camisetas blancas combinadas pasó por enfrente del santuario, algunos congregantes habían empezado a quedarse dormidos. El grupo se congregó en la nave amplia, volteando sus pancartas y lonas para dirigirse a la congregación. Cientos de fotos contemplaban la congregación desde los carteles que sostenían. Una por una, tres mujeres subieron al púlpito para presentar al grupo. Eran la Quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Desaparecidos. Explicaron que las fotos que observaban a la congregación mostraban a sus familiares: hijos, hijas, esposos y esposas, padres y madres, hermanos y hermanas, todos ellos víctimas de la crisis de desaparición forzada en México, que se ha cobrado más de 61.000 víctimas desde el comienzo de la guerra contra las drogas en el país.

María Herrera, una mujer pequeña de ojos profundos y cabello corto y canoso, subió al púlpito para compartir su historia. Ella había repetido estas palabras miles de veces - y durante las dos semanas siguientes de la brigada de búsqueda, repetía estas palabras tres o cuatro o cinco veces al día, en universidades y escuelas primarias, con católicos y metodistas y evangélicos, a policías y autoridades municipales y periodistas.

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Maria Herrera, holding a T-shirt printed with the photos of her four disappeared sons, speaks to evangelical pastors in Poza Rica, Veracruz, February 2020. Photo by Madeleine Wattenbarger for Sojourners

"Me llamo María Herrera," dijo a la congregación, "y tengo cuatro hijos desaparecidos." Suplicó la solidaridad de las personas: que cualquiera que tenga información sobre dónde la brigada podría encontrar fosas clandestinas compartiera su información. La brigada, destacó María, no busca culpables. No les importa descubrir quién se llevó a sus seres queridos. Sólo buscan a sus familiares, vivos o muertos.

"Mi fe, mi confianza, está en Dios. Siempre ha estado con él," dijo. "Pero hoy deposito un poco de esa confianza en ti."

Raúl y Jesús Salvador Trujillo Herrera fueron desaparecidos en 2008, en un viaje de trabajo en la ciudad de Atoyac, Guerrero, junto con cinco colegas. En ese entonces, poca gente hablaba de la desaparición forzada en México, pero la crisis ya había comenzado. A manos de las fuerzas de seguridad, el crimen organizado o alguna combinación de ambos, las personas desaparecían. A menudo, sus restos aparecían en fosas clandestinas. María y sus otros hijos comenzaron la búsqueda. Como es común en la denuncia de casos de desaparición, los funcionarios públicos la ignoraron. Ella iba y venía de su casa en Michoacán a las oficinas del gobierno en la Ciudad de México, mientras que sus hijos atravesaban el país, buscando cualquier señal de sus hermanos. Después de uno de estos viajes, María regresó a casa para encontrar a dos de sus nueras esperándola. A Luis Armando y Gustavo también les habían desaparecido.

Los cuatro hijos Trujillo Herrera se cuentan entre las decenas de miles de víctimas de desapariciones forzadas desde que comenzó la guerra contra las drogas en México en 2006. El Estado ha encubierto o se ha negado sistemáticamente a investigar las desapariciones; la policía y el ejército han sido vinculados a muchos casos. El refrán del gobierno en torno a las desapariciones forzadas tiende a ser "en algo andaba" - estaban involucrados en el tráfico de drogas, la delincuencia organizada, algún tipo de actividad ilegal. Sin embargo, la mayoría de las veces las víctimas son inocentes. El incidente más infame de desaparición forzada es el caso de los 43 de Ayotzinapa en 2014, estudiantes de un colegio de maestros radicales que fueron desaparecidos después de un ataque por parte de la policía. Pero Ayotzinapa es sólo la superficie. Como dijo un alto funcionario de derechos humanos el año pasado, haciéndose eco de un dicho de muchos activistas, México es una enorme fosa clandestina.

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A member of the search brigade holds a photo of Jesus Salvador Trujillo Herrera, disappeared in Atomic, Guerrero in 2008. Photo by Madeleine Wattenbarger for Sojourners

Desde donde me encontraba en la iglesia de Papantla, esperando agarrar aire cerca de la puerta lateral, miré a mi alrededor para ver docenas de mujeres con los ojos llenos de lágrimas. La procesión volvió a las calles de Papantla, encabezada por el obispo con sus vestimentas verde esmeralda. Marcharon durante la siguiente hora por la ciudad, sosteniendo sus fotos y gritando. Los espectadores se reunieron en las esquinas; los dueños de las tiendas se acercaron a la puerta para ver pasar a la multitud. "Unete, únete, que tu hijo puede ser," cantaban.

Muchas de las 300 personas reunidas en Papantla estaban allí gracias a los esfuerzos organizativos de María Herrera. Junto con sus hijos Juan Carlos y Miguel Trujillo Herrera, ella ha pasado la última década construyendo un movimiento de familiares de desaparecidos en México. María se ha convertido en la cara más visible de un movimiento compuesto en gran parte por mujeres como ella. Son madres, esposas y hermanas, muchas de ellas originarias de comunidades rurales o pobres, que nunca pensaron en la política hasta que un día sus hijos simplemente no llegaron a casa. Ante la inacción del gobierno, las familias se han encargado de buscar fosas clandestinas.

Los integrantes del movimiento se refieren a María Herrera como Mamá Mari. Mari se ha enfrentado públicamente al ex presidente Felipe Calderón, quien declaró la guerra contra las drogas de México en 2006, acusándolo de ser responsable de la desaparición de sus hijos. Ella ha presionado para que el gobierno busque a sus desaparecidos y para que las Naciones Unidas intervengan en los casos.

Las Brigadas Nacionales de Búsqueda son un fruto de la labor de la familia Trujillo Herrera. Durante la brigada, los familiares y activistas se reúnen no sólo para buscar tumbas clandestinas, sino también para dirigir talleres de concientización y dar charlas en iglesias, escuelas y otras instituciones. La brigada del 2020 se organizó en seis áreas, o ejes, incluyendo el Eje de Iglesias. Durante las dos semanas de la brigada de este año, el grupo visitó docenas de iglesias para dirigir talleres, compartir sus historias y pedir a otros que tomen medidas.

La brigada de este año dejó en su lugar una red de iglesias comprometidas con la lucha. "Pudimos consolidar una especie de red ecuménica", dice Noé Amezcua, quien, como parte de la organización Centro de Estudios Ecuménicos, con sede en la Ciudad de México, trabaja estrechamente con la brigada y ha facilitado la creación del Eje de Iglesias, "que diera un soporte moral a la lucha de las familias, y que además pudiera apoyar la conformación de un equipo operativo local que continuara con la sensibilización a las iglesias". La pandemia ha frenado esos planes, dice Amezcua, pero él y otros miembros del eje de la iglesia han seguido apoyando a las familias de Veracruz a distancia.

Construyendo una teología de la desaparición

Mamá Mari es una activista poco probable. Creció en Pajacuarán, Michoacán, un pueblo de unos 10.000 habitantes en el sur de México. De adolescente, se acercó a convertirse en monja. Pasó cuatro años preparándose con las Operarias de la Sagrada Familia en Zamora, Michoacán, pero justo antes de entrar al noviciado, decidió que no quería renunciar a su independencia. Se casó y tuvo ocho hijos, y siguió siendo una devota creyente. Cuando sus hijos desaparecieron, la iglesia fue el primer lugar al que acudió.

"Las primeras personas en la casa fueron los padres," dice." Venían a cenar, me acompañaban durante mucho tiempo, venían a rezar conmigo alrededor de la mesa."

Sin embargo, mientras empezó a encontrar otras familias con parientes desaparecidos, Mari empezó a escuchar que no todos recibían tanto apoyo de la iglesia. El estigma en torno a la desaparición es profundo y aislante. Muchas familias de desaparecidos se enfrentan al silencio no sólo de los funcionarios del gobierno, amigos y vecinos, sino también de los líderes religiosos. Una mujer del norte de la Ciudad de México me dijo que cuando su hijo de 16 años fue secuestrado en 2016, fue a misa y le pidió al sacerdote que hiciera una oración por él. El sacerdote se negó. Tenía demasiado miedo.

En ese contexto, Mamá Mari ve a la iglesia — con liderazgo católico y protestante — como un aliado clave en la lucha contra la desaparición forzada. Para ella, el papel de la iglesia en el movimiento tiene un doble significado. Quiere que tanto el clero como los laicos acompañen espiritualmente a las familias de las víctimas. También quiere que la iglesia use su autoridad moral para hablar contra la desaparición en la esfera política.

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Maria Herrera, along with other members of the search brigade, visit a church in Poza Rica, Veracruz in February 2020. Photo by Madeleine Wattenbarger for Sojourners.

"La iglesia tiene más credibilidad ahora que el gobierno," dice Mari. Esa visión la ha llevado a reuniones con sacerdotes, obispos y arzobispos, pastores y congregaciones de todo México.

El padre Arturo Carrasco, un sacerdote anglicano que acompaña a un colectivo de víctimas de desapariciones al norte de la Ciudad de México, cree que la iglesia tiene la responsabilidad de detener a las víctimas de desapariciones.

"La iglesia también tiende a creer que las víctimas de desapariciones están involucradas en el crimen organizado," dice. "Pero el evangelio nos dice que el amor echa fuera el miedo."

La hermana Paola Clerico, de las Religiosas de Jesús-María, ha caminado junto a Mari durante casi seis años. Paola conoció a Mari en una marcha por los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa a finales de 2014. Desde entonces, Paola ha acompañado a María Herrera y a otros grupos de familiares de desaparecidos. Ella dice que la iglesia tiene mucho que aprender de los familiares.

"Más que traerles nuestra teología, se trata de construir una teología, leer juntos quién es Dios y cómo se está revelando en nuestro dolor," dice. "Con las familias, Dios se revela de una manera muy especial, débil, llorando, indefenso, como el Dios que busca. Se revela como Jesús."

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Sister Paola Clerico leads a prayer before a day of searching in Tihuatlán, Veracruz, February 2020. Photo by Madeleine Wattenbarger for Sojourners

Esa construcción de teología no se realiza en las iglesias, sino en marchas por las calles de México, afuera de las oficinas gubernamentales con funcionarios que no responden, alrededor de fosas clandestinas descubiertas en campos remotos.

Un día durante la brigada, María Herrera y Paola Clerico convocaron a los buscadores antes de descender al sitio de búsqueda del día. Con palas y picos en la mano, el grupo se unió en una oración.

"Que hoy sea un día de encuentro con nuestros hermanos y hermanas," rezó Paola.

El momento terminó con un sombrío apretón de manos, y el grupo descendió a la maleza, donde pasarían el resto del día buscando los restos de sus familiares.

Los buscadores habían encontrado docenas de restos humanos en el sitio en el pasado. Entre ellos había una casa donde se habían guardado las víctimas y un gran horno donde se creía que los cuerpos habían sido incinerados. A pesar de las búsquedas anteriores en el sitio, los miembros de la brigada siguieron encontrando fragmentos de huesos esparcidos por la propiedad. A medida que avanzaba el día, los miembros de la brigada comenzaron a quebrarse. Sus hijos y hermanos desaparecidos y sus padres podían estar en los fragmentos de hueso bajo la superficie del suelo, en las pilas de ceniza que rodeaban el horno, en las huellas de las manos que marcaban las paredes de la casa. Antes de abandonar el lugar, el grupo se reunió alrededor del horno para rezar una vez más. Extendieron sus manos sobre la ceniza que podía incluir a sus familiares, la apertura por donde los cuerpos de sus seres queridos podrían haber pasado. Siguieron los pasos del horror y se pusieron de luto. Una dijo a otra: "Llora, porque Dios está llorando hoy."

El Vía Crucis de la violencia

La iglesia mexicana, ya sea Católica o protestante, no es conocida por desafiar radicalmente el poder del status quo político. Su defensa política se limita típicamente a los derechos antiaborto y LGBT. El clero también suele ser un blanco del crimen organizado, y el miedo puede ser un factor para evitar hablar de la desaparición.

"Cuando le dices a un padre que queremos venir a hablar de desaparición, lo piensan dos veces," dice el Hna. Paola. "No hay una voz clara y profética."

Los que denuncian la desaparición forzada desafían la forma en que el Estado y los grupos criminales mantienen el poder a través del miedo y el silencio. Aunque la brigada comenzó a trabajar dentro de la Iglesia Católica, ahora tiene aliados de una variedad de orígenes religiosos. Este año marcó la primera vez que la brigada ha trabajado de cerca con las iglesias protestantes. Como en los Estados Unidos, muchas iglesias evangélicas de México suelen ser resistentes a unirse a los movimientos sociales que se centran en las injusticias estructurales. Pero la coalición ha comenzado a encontrar aliados en todo el espectro religioso, incluyendo evangélicos, anglicanos y metodistas.

"La iglesia necesita levantar su voz e indicar dónde hay violencia. Necesitamos crear una buena teología de la violencia y de la paz," dijo el Padre Arturo. "Acompañar esta causa es vivir un constante via crucis."

Una tarde nublada de viernes llevó a la brigada a una Iglesia Católica en El Rosario, un pequeño pueblo al final de un camino ondulado bordeado de naranjos y campos de maíz. Unas pocas bombillas desnudas iluminaban el santuario, sus paredes manchadas de agua adornadas con un crucifijo gris, el altar una mesa humilde de madera cubierta con un mantel bordado. Varias mujeres se pusieron de pie junto a María al frente del santuario, entre ellas Alma Rosa Preciado, de Culiacán, Sinaloa, cuya hija y nieta de 2 años fueron desaparecidas en Orizaba, Veracruz en 2012.

Otra mujer sostenía la bandera de la hija y la nieta de Alma, la misma foto que Alma tiene como fondo de pantalla de su teléfono celular. Alma empezó a llorar mientras hablaba. Mientras Paola la consolaba, una diminuta mujer mayor se levantó y se dirigió lentamente por el pasillo para abrazar a las dos. A lo largo de los rústicos bancos de madera, de no más de una docena de profundidad, las mujeres comenzaron a ponerse de pie. Una tras otra, se dirigieron pacientemente al frente de la iglesia para abrazar a Alma y María y a las otras madres. Rezaron en silencio alrededor del círculo creciente, algunas sollozando en silencio. Un cántico surgió de los miembros de la brigada, uno que se repiten en momentos como éste: "no estás sola. No estás sola." Las palabras resuenan a través de la humilde iglesia: "No estás sola."

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